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.Y an ms (qu locura!) Desde que nuestrosmonasterios haban perdido la palma del saber: porque ahora las escuelas catedralicias,las corporaciones urbanas y las universidades copiaban quizs ms y mejor quenosotros, y producan libros nuevos.y tal vez fuese esta la causa de tantas desgracias.La abada donde me encontraba era, quizs la ltima capaz de alardear por la excelenciaen la producción y reproducción del saber.Pero precisamente por eso sus monjes ya nose conformaban con la santa actividad de copiar: tambin ellos, movidos por la avidezde novedades, queran producir nuevos complementos de la naturaleza.No se dabancuenta, entonces lo intu confusamente, y ahora, cargado ya de aos y experiencia, lo scon seguridad- de que al obrar de ese modo estaban decretando la ruina de lo queconstitua su propia excelencia.Porque si el nuevo saber que queran producir llegaba aatravesar libremente aquella muralla, con ello desaparecera toda diferencia entre eselugar sagrado y una escuela catedralicia o una universidad ciudadana.En cambio,mientras permaneciera oculto, su prestigio y su fuerza seguiran intactos, a salvo de lacorrupción de las disputas, de la soberbia cuodlibetal que pretende someter todomisterio y toda grandeza a la criba del sic et non.Por eso, dije para m, la biblioteca estrodeada de un halo de silencio y oscuridad: es una reserva de saber, pero sólo puedepreservar ese saber impidiendo que llegue a cualquiera, incluidos los propios monjes.Elsaber no es como la moneda, que se mantiene fsicamente intacta incluso a travs de losintercambios ms infames; se parece ms bien a un traje de gran hermosura, que el usoy la ostentación van desgastando.Acaso no sucede ya eso con el propio libro, cuyaspginas se deshacen, cuyas tintas y oros se vuelven opacos, cuando demasiadas manoslo tocan? Precisamente, cerca de m, Pacifico da Tivoli hojeaba un volumen antiguo,cuyos folios parecan pegados entre s por efecto de la humedad.Para poder hojearlodeba mojarse con la lengua el ndice y el pulgar, y su saliva iba mermando el vigor deaquellas pginas.Abrirlas significaba doblarlas, exponerlas a la severa acción del aire ydel polvo, que roeran las delicadas nervaduras del pergamino, encrespado por elesfuerzo, y produciran nuevo moho en los sitios donde la saliva haba ablandado, peroal mismo tiempo debilitado, el borde de los folios.As como un exceso de ternuraablanda y entorpece al guerrero, aquel exceso de amor posesivo y lleno de curiosidadexpona el libro a la enfermedad que acabara por matarlo.Qu haba que hacer? Dejar de leer y limitarse a conservar? Eran fundados mistemores? Qu habra dicho mi maestro?139 Umberto Eco El Nombre de la RosaNo lejos de m, el rubricante Magnus de Iona estaba blandando con yeso un pergaminoque antes haba raspado con piedra pómez, y que luego acabara de alisar con la plana.A su lado, Rbano de Toledo haba fijado su pergamino a la mesa y con un estilo demetal estaba trazando lneas horizontales muy finas entre unos agujeritos que habapracticado a ambos lados del folio.Pronto las dos lminas se llenaran de colores y deformas, y cada pgina sera como un relicario, resplandeciente de gemas engastadas enla piadosa trama de la escritura.Estos dos hermanos mos, dije para m, viven ahora suparaso en la tierra.Estaban produciendo nuevos libros, iguales a los que luego eltiempo destruira inexorable.Por tanto, ninguna fuerza terrenal poda destruir labiblioteca, puesto que era algo vivo.Pero, si era algo vivo, por qu no se abra al riesgodel conocimiento? Era eso lo que deseaba Bencio y lo que quizs tambin habadeseado Venancio? Me sent confundido y tuve miedo de mis propios pensamientos.Quizs no fuesen los ms adecuados para un novicio cuya nica obligación era respetarhumilde y escrupulosamente la regla, entonces y en los aos que siguieran.comosiempre he hecho, sin plantearme otras preguntas, mientras a m alrededor el mundo sehunda ms y ms en una tormenta de sangre y de locura.Era la hora de la comida matinal.Me dirig a la cocina.Los cocineros, de quienes ya eraamigo, me dieron algunos de los bocados ms exquisitos.Tercer daSEXTADonde Adso escucha las confidencias de Salvatore, que no pueden resumirse enpocas palabras pero que le sugieren muchas e inquietantes reflexiones.Mientras coma, vi en un rincón a Salvatore.Era evidente que ya haba hecho, laspaces con el cocinero, pues estaba devorando con entusiasmo un pastel de carne deoveja.Coma como si nunca lo hubiese hecho en su vida: no dejaba caer ni una migaja.Pareca estar dando gracias al cielo por aquel alimento extraordinario.Se me acercó y me dijo en su lenguaje estrafalario, que coma por todos los aos enque haba ayunado.Le ped que me contara.Me describió una infancia muy penosa enuna aldea donde el aire era malsano, las lluvias excesivas y los campos ptridos, enmedio de un aire viciado por miasmas mortferos.Por lo que alcanc a entender,algunos aos, los aluviones que corran por el campo, estación tras estación habanborrado los surcos.de modo que un moyo de semillas daba un sextario, y despus esesextario se reduca an, hasta desaparecer.Los seores tenan los rostros blancos comolos pobres, aunque -observó Salvatore- muriesen muchos ms de stos que de aquellos,quizs -aadió con una sonrisa- porque pobres haba ms.Un sextario costaba quincesueldos, un moyo sesenta sueldos, los predicadores anunciaban el fin de los tiempos,pero los padres y los abuelos de Salvatore recordaban que no era la primera vez que estosuceda de modo que concluyeron que los tiempos siempre estaban a punto de acabar.Ycuando hubieron comido todas las carroas de los pjaros, y todos los animalesinmundos que pudieron encontrar, corrió la voz de que en la aldea alguien habaempezado a desenterrar a los muertos.Como un histrión, Salvatore se esforzaba por140 Umberto Eco El Nombre de la Rosaexplicar cómo hacan aquellos  homines malsimos que cavaban con los dedos en elsuelo de los cementerios al da siguiente de algn entierro. Yam! , deca, e hincaba eldiente en su pastel de oveja, pero en su rostro yo vea la mueca del desesperado quedevoraba un cadver.Y adems haba otros peores, que, no contentos con cavar en latierra consagrada, se escondan en el bosque, como ladrones, para sorprender a loscaminantes. Zas! , deca Salvatore, ponindose el cuchillo en el cuello, y  Yam!.Ylos peores de todos atraan a los nios con huevos o manzanas, y se los coman, pero,aclaró Salvatore con mucha seriedad, no sin antes cocerlos.Me contó que en ciertaocasión haba llegado a la aldea un hombre vendiendo carne cocida a un precio muybarato, y que nadie comprenda tanta suerte de golpe, pero despus el cura dijo que eracarne humana, y la muchedumbre enfurecida se arrojó sobre el hombre y lo destrozó.Pero aquella misma noche alguien de la aldea cavó en la tumba del canbal y comió sucarne, y cuando lo descubrieron, la aldea tambin lo condenó a muerte.Pero no fue esto lo nico que me contó Salvatore.Con palabras truncadas, obligndomea recordar lo poco que saba de provenzal y de algunos dialectos italianos, me contó lahistoria de su fuga de la aldea natal, y su vagabundeo por el mundo [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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