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.El nuevo lugar parecióagradar a Melquíades, porque no volvió a vérsele ni siquiera en el comedor.Sólo iba al taller deAureliano, donde pasaba horas y horas garabateando su literatura enigmática en los pergaminosque llevó consigo y que parecían fabricados en una materia árida que se resquebrajaba comohojaldres.Allí tomaba los alimentos que Visitación le llevaba dos veces al día, aunque en losúltimos tiempos perdió el apetito y sólo se alimentaba de legumbres.Pronto adquirió el aspectode desamparo propio de los vegetarianos.La piel se le cubrió de un musgo tierno, semejante alque prosperaba en el chaleco anacrónico que no se quitó jamás, y su respiración exhaló un tufo31 Cien años de soledadGabriel García Márquezde animal dormido.Aureliano terminó por olvidarse de él, absorto en la redacción de sus versos,pero en cierta ocasión creyó entender algo de lo que decía en sus bordoneantes monólogos, y leprestó atención.En realidad, lo único que pudo aislar en las parrafadas pedregosas, fue el in-sistente martilleo de la palabra equinoccio equinoccio equinoccio, y el nombre de Alexander VonHumboldt.Arcadio se aproximó un poco más a él cuando empezó a ayudar a Aureliano en laplatería.Melquíades correspondió a aquel esfuerzo de comunicación soltando a veces frases encastellano que tenían muy poco que ver con la realidad.Una tarde, sin embargo, parecióiluminado por una emoción repentina.Años después, frente al pelotón de fusilamiento, Arcadiohabía de acordarse del temblor con que Melquíades le hizo escuchar varias páginas de suescritura impenetrable, que por supuesto no entendió, pero que al ser leídas en voz alta parecíanencíclicas cantadas.Luego sonrió por primera vez en mucho tiempo y dijo en castellano: «Cuandome muera, quemen mercurio durante tres días en mi cuarto.» Arcadio se lo cantó a José ArcadioBuendía, y éste trató de obtener una información más explícita, pero sólo consiguió unarespuesta: «He alcanzado la inmortalidad.» Cuando la respiración de Melquíades empezó a oler,Arcadio lo llevó a bañarse al río los jueves en la mañana.Pareció mejorar.Se desnudaba y semetía en el agua junto con las muchachos, y su misterioso sentido de orientación le permitía elu-dir los sitios profundos y peligrosos.«Somos del agua», dijo en cierta ocasión.Así pasó muchotiempo sin que nadie lo viera en la casa, salvo la noche en que hizo un conmovedor esfuerzo porcomponer la pianola, y cuando iba al río con Arcadio llevando bajo el brazo la totuma y la bola dejabón de corozo envueltas en una toalla.Un jueves, antes de que lo llamaran para ir al río,Aureliano le oyó decir: «He muerto de fiebre en los médanos de Singapur.» Ese día se metió en elagua par un mal camino y no lo encontraron hasta la mañana siguiente, varios kilómetros másabajo, varado en un recodo luminoso y con un gallinazo solitario parado en el vientre.Contra lasescandalizadas protestas de Úrsula, que lo lloró con más dolor que a su propio padre, JoséArcadio Buendía se opuso a que lo enterraran.«Es inmortal -dijo- y él mismo reveló la fórmula dela resurrección.» Revivió el olvidado atanor y puso a hervir un caldero de mercurio junto alcadáver que poco a poco se iba llenado de burbujas azules.Don Apolinar Moscote se atrevió arecordarle que un ahogado insepulto era un peligro para la salud pública.«Nada de eso, puestoque está vivo», fue la réplica de José Arcadio Buendía, que completó las setenta y dos horas desahumerios mercuriales cuando ya el cadáver empezaba a reventarse en una floración lívida,cuyos silbidos tenues impregnaron la casa de un vapor pestilente.Sólo entonces permitió que loenterraran, pero no de cualquier modo, sino con los honores reservados al más grandebenefactor de Macondo.Fue el primer entierro y el más concurrido que se vio en el pueblo,superado apenas un siglo después por el carnaval funerario de la Mamá Grande.Lo sepultaran enuna tumba erigida en el centro del terreno que destinaron para el cementerio, con una lápidadonde quedó escrito lo único que se supo de él: MESQUÍADES.Le hicieron sus nueve noches develorio.En el tumulto que se reunía en el patio a tomar café, contar chistes y jugar barajas,Amaranta encontró una ocasión de confesarle su amor a Pietro Crespi, que pocas semanas anteshabía formalizado su compromiso con Rebeca y estaba instalando un almacén de instrumentosmúsicos y juguetes de cuerda, en el mismo sector donde vegetaban los árabes que en otrotiempo cambiaban baratijas por guacamayas, y que la gente conocía coma la calle de los Turcos.El italiano, cuya cabeza cubierta de rizos charoladas suscitaba en las mujeres una irreprimiblenecesidad de suspirar, trató a Amaranta como una chiquilla caprichosa a quien no valía la penatomar demasiado en cuenta.Tengo un hermano menor -le dijo-.Va a venir a ayudarme en la tienda.Amaranta se sintió humillada y le dijo a Pietro Crespi con un rencor virulenta, que estabadispuesta a impedir la boda su hermana aunque tuviera que atravesar en la puerta su propiocadáver.Se impresionó tanto el italiano con el dramatismo de la amenaza, que no resistió latentación de comentarla con Rebeca.Fue así como el viaje de Amaranta, siempre aplazado parlas ocupaciones de Úrsula, se arregló en menos de una semana.Amaranta no opuso resistencia,pero cuando le dio a Rebeca el beso de despedida, le susurró al oído:-No te hagas ilusiones.Aunque me lleven al fin del mundo encontraré la manera de impedirque te cases, así tenga que matarte.Con la ausencia de Úrsula, can la presencia invisible de Melquíades que continuaba sudeambular sigiloso por las cuartos, la casa pareció enorme y vacía.Rebeca había quedado acargo del orden doméstico, mientras la india se ocupaba de la panadería.Al anochecer, cuandollegaba Pietro Crespi precedido de un fresco hálito de espliego y llevando siempre un juguete de32 Cien años de soledadGabriel García Márquezregalo, su novia le recibía la visita en la sala principal can puertas y ventanas abiertas para estara salvo de toda suspicacia.Era una precaución innecesaria, porque el italiano había demostradoser tan respetuoso que ni siquiera tocaba la mano de la mujer que seria su esposa antes de unaño.Aquellas visitas fueron llenando la casa de juguetes prodigiosos [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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